LA MONTAÑA AZUL

Los árboles de Kanehsatà:ke me hablaron. Los árboles hablan, a quien sabe escuchar.

Durante tres días estuve intentando contactar a Serge Simon, Gran Jefe del Consejo Mohawk de Kanehsatà:ke, para que fijemos un encuentro. Lo mismo del lado de Ellen Gabriel, quien estuvo de todas las luchas desde 1990 para defender el territorio. Dos emails. Dos llamadas. Sin respuesta. Dos mensajes. Silencio. Último intento. Silencio. Y eso que nos conocemos...

Entonces fuí a caminar. En el bosque. Tomar aire, recuperar el aliento. Pensé que durante este viaje, mi lema sería la paciencia. Hacer las cosas de manera diferente es dar tiempo al tiempo. El bosque. Un lugar mágico. Los árboles llaman a la calma, la reflexión, la sabiduría. No es de extrañar que algunos crean que son la reencarnación de nuestros antepasados.

Me hablaron. Los árboles me hablaron. Me dijeron que yo debía estar abierto, escuchar los signos, confiar en los encuentros. Sobretodo los que no se pueden planear.

Mi nombre es Kayla. Tengo 30 años. Nací aquí, en Kanehsatà:ke. Hace dos años regresé. Antes vivía en Colombia británica. Trabajo en Pizza Greco. Tengo dos hijos. Dos barones. Uno tiene 4, el otro tiene 8.

Mi nombre es Kane Montour. Tengoo 29 años. Soy Mohawk. Yo también nací en Kanehsatà:ke. Pero también tengo familia en Kahnawake y en Akwesasne.

Cuando era joven, Oka siempre estaba ahí para mí, cuando las cosas se volvían feas, cuando eran puro caos, o cuando yo hacía cosas que no debía hacer. Volvía aquí para tomar pausa, para ir a cazar, a pescar, subir a la Montaña azul, colocar mi carpa, prender una fogata, estar con mi mismo. Siempre ha sido un espacio donde me sentía seguro. Para tener paz, que me dejen tranquilo. Por muchos años he estado corriendo caminos, viajando, pero cada cuanto es aquí que volvía. Para reconectar, recentrarme en la naturaleza. Nunca se me había occurido que pudiera quedarme aquí. Pero ahora es diferente, desde que conocí a Kayla. Cuando me aguanto y no subo al monte por dos o tres semanas, me vuelvo loco y me agarra la angustia. Creo que ahora Kayla entiende. Par mí, la montaña, es una necesidad. Te puedo llevar, si quieres. A la Montaña azul, así la llamamos. 

Cuando voy a la montaña, me gusta pasar allá todo el día. Subo, recojo mi medicina, me pongo a buscar plumas de águila. Eso es lo que hacemos, sobrevivimos gracias a la tierra. Cazamos, pescamos, colocamos trampas. El territorio es fuente de vida para nosotros. Por eso no nos gusta mucho cuando hay gente de fuera que vienen y molestan, dañan el bosque, tiran basura por todos lados. Nosotros, vivimos en otro mundo, vemos las cosas de manera distinta. 

Habitualmente subo a la montaña con mi hermano, Jason, con nuestras motos cuatro ruedas, y cuando casi llegamos a la cumbre, caminamos. 

Recojemos cebollas, ajo silvestre, raíces, varias medicinas. El saber nos lo transmitieron. Los ancianos. Cuando era niño, nos llevaban en la montaña, nos enseñaban las hiedras venenosas, el veneno showmax, las plantas que hay que evitar. Cuando a uno le duele el estómago o tiene gripas, nos decían qué utilizar. Antes, había al menos veinte variedades de plantas aquí, hoy quedan ocho más o menos. 

Las viejas generaciones son las que detienen el conocimiento. Yo tuve suerte. Pude aprender mi lengua, conocer mis medicinas, mis tradiciones. Las generaciones más jóvenes lo están perdiendo. 

Amenazas sobre nuestro territorio, hay muchas. Por ejemplo este proyecto de expansión, al final del pueblo, donde un promotor quiere construir casas de lujo. Pero este pedazo de tierra está reinvindicado, pertenece a los Mohawks. Eso no es el tipo de desarrollo que necesitamos, preferimos conservar al bosque. 

Aquí, siempre va haber conflictos por la tierra. Siempre. Mientras el gobierno no nos devuelva lo que nos agarró, mientras no deje de tomar lo nuestro, la tierra siempre va a ser causa de conflicto. El oleoducto y el gasoducto que atraviezan el Parque nacional de Oka, nunca fuimos consultados, no supimos hasta que ya estuvo. 

Un derrame sería desastroso para nuestra agua, para el Río San Lorenzo. Lo mismo pasa con el oleoducto de Enbridge un tanto al noroeste de aquí. Transporta petróleo de las arenas bituminosas de Alberta y atravieza el Río Ottawa! 

Pero la gente ya no se queda callada, ya pelea. Hay que ver lo que pasó en Standing Rock. Yo estaba, tiempo antes de que las cosas se vuelvan muy feas. Mi familia estuvo. El pueblo se está levantando, era tiempo! La urgencia lo exige. El planeta tierra está llorando. Es clave volver a encontrar el equilibrio con la naturaleza. Pero eso no es nada nuevo, hace años que lo decimos, cientos de años. Como indígenas americanos, la madre tierra lo es todo. Mis ancianos me dijeron que no hace tanto, uno veía el agua y solo necesitaba ir y tomarla. Hoy ya no se puede. La última vez que me bañé en el río, volví con placas rojas en todo el cuerpo. Nuestro lazo con el agua se está perdiendo. 

La tierra es central para nosotros. Estamos aquí quizás en uno de los lugares más políticos en materia de territorio. En todo Canadá incluso en Estados Unidos. Porque aquí estamos constantemente luchando por proteger a la tierra. Pero la verdad, lo único que queremos es estar tranquilos, que nos dejen en paz. Quisieramos no tener que pelear continuamente contra aquellos que quieren demoler la tierra, para construir, a nombre del progreso. Son importantes nuestras luchas, porque si no luchamos, qué les irá a quedar a las próximas generaciones, a nuestros hijos? Este territorio en el cual vivimos pasó cuatro, cinco, seis generaciones. Me he criado en esta tierra, mi madre fue criada en esta tierra. Mis hijos, qué les va a quedar? Si no luchamos hoy, no van a tener nada. Nosotros no somos ricos. Afuera, no hablan sino de desarrollo, de plata, de hacerse rico, de negocios. Pero eso no es lo más importante en la vida. Lo venimos diciendo desde hace cientos de años. Para nosotros, el dinero no importa. No hay dinero que puede remplazar esta tierra en la cual estamos parados y que conlleva nuestra calidad de vida. 

La terre est un enjeu important pour nous, c'est sûr. Ici on est peut-être l'un des endroits les plus politiques qui soient quand il s'agit du territoire. Dans tout le Canada et même aux États-Unis. Parce qu'ici on est constamment en train de se battre pour protéger la terre. Mais honnêtement, tout ce qu'on veut, c'est d'être tranquilles, qu'on nous laisse en paix. On ne voudrait pas être obligés continuellement à nous battre contre ceux qui veulent bulldozer la terre, qui veulent construire, au nom du progrès. Mais nos luttes sont importantes, parce que si on ne se bat pas, qu'est-ce qui va rester aux générations futures, à nos enfants? Le territoire sur lequel on vit a été transmis après quatre, cinq, six générations. J'ai grandi sur cette terre, ma mère a grandi sur cette terre. Mes enfants, qu'est-ce qu'ils vont avoir? Si on ne se bat pas aujourd'hui, ils ne vont rien avoir. Nous, on n'est pas riches. À l'extérieur d'ici, on n'en a que pour le développement, pour l'argent, devenir riches, avoir un business. Mais ce n'est pas la chose la plus importante dans la vie. Et ça, on le dit depuis des centaines d'années. Nous, l'argent, ça nous importe peu. Il n'y a pas d'argent au monde qui peut remplacer cette terre sur laquelle on est et dont est faite notre qualité de vie.